Dicen que las golondrinas migran allí a donde nunca huele a invierno, que despliegan sus alas en busca de refugio, que huyen del frío y aguardan hasta que llegan tiempos mejores. Buscan sobrevivir, y para eso están dispuestas a abandonar todo aquello que guarda un hogar, los recuerdos, sus primeros vuelos, y sus caídas ante lo que naturalmente deberíamos aprender a hacer desde que nacemos, intentarlo de nuevo...


Debajo de su instintiva valentía nos encontramos nosotros, diciendo ser la especie más inteligente del planeta, impasibles ante cualquier invierno que se presente en nuestras vidas, dejando helado un futuro imaginario aún sin resolver, aguardando que nuestro presente, ese que siempre anda entrelazando el tiempo y la cobardía, una al fin todas las piezas y se decida a luchar por él.


Aquí abajo jugamos nosotros con cada nuevo amanecer, sentados en cualquier banco desde el que podamos ver la vida correr, testigos absurdos de cada muerte que morimos con el único fin de renacer, echando vistas al cielo, confiando en que será la siguiente lluvia la que consiga calmar nuestra sed.


Aquí estamos las sobras de aquello que hicieron de nosotros, tratando de aprender a mirar a nuestras ruinas de frente, reconstruyendo espacios sin vida en los que volver a florecer. Hacemos cada día de tripas corazones buscando donde volver a latir, con el miedo desencadenado de haber sido maltratado alguna vez, apañado con las costuras que solo saben dar las agujas del reloj, mientras aprendemos que cada ruina es un regalo, porque solo en ellas podemos reconstruirnos, y ese, es nuestro poder.


Cuanto nos queda por aprender, como nos abrazamos a la piedra cada vez que nos dejan caer, cuánto nos aferramos al miedo de lo que podemos llegar a ser, nos negamos a la verdad que plasma nuestra mirada con cada lágrima que echa a correr.


Que fuertes nos disponemos para seguir siendo frágil después, cuanto amor negado al daño y al miedo de que nos lo vuelvan a hacer, echándonos mentiras a la espalda que nos tendremos que echar a la cara después. Cuanta rebeldía absurda ante lo único por lo que merece la pena nacer.  Cuánto miedo al amor, cuántas cosas que deberíamos dejar dentro y acaban siendo una estupida cuestión de piel.


Estoy dispuesta a aprender de esas golondrinas, a mudarme donde el frio no me alcance, a donde no se quiebre mi alma mientras yo finjo no temer.


He decidido que volar y valor son palabras demasiado parecidas para que no vayan juntas, y que luego llueva si ha de llover, que al menos he alzado el vuelo, porque ya no me miento y he prometido serme fiel.


Me marcho allí a donde tantas veces me esperé, me voy de lo absurdo, de lo esporádico, del hoy sí, mañana no se.

Me voy convencida, fuerte y tranquila esta vez. Crearé ese verano eterno dentro de mi, abrigaré mis suspiros con el calor de mis manos y seguiré solo el instinto de mis pies.

Me voy a ser fuerte, me voy de mis recuerdos, de mis días grises, me voy de todo esto que se pintó de negro, ¡A darle color a este tren! . Me voy por fin ha perdonarme, y cuando vuelva a ser yo, con todo el amor que me debo...

Aquí también volveré.