Hace algunos años, cuando recibí el primer golpe duro de la vida, me di cuenta de que escribir sobre un papel me ayudaba a trasladar el dolor de dentro hacía fuera. Desde la muerte de mi abuelo, que fue mi primera dosis de realidad, no había tenido más la necesidad irrefrenable de convertir mi tristeza en palabras, y hoy por segunda vez, siento que esas palabras me ahogan, y he decidido echarlas a volar, por mí, y sobre todo para que algún día lleguen a las manos de mi pequeña Alma, están escritas por y para ella.

Naciste un día 10 de junio a las 9:32 de la mañana, y justo un día después, por protocolo, nos fuimos a casa, no había nadie esperándonos como imaginé en todas las veces que dibujé ese momento en mi cabeza. Llegaste en medio de una pandemia, algo que también te contaré algún día, y eso, ha hecho un poco más gris tu mundo desde el día que naciste. Sin embargo, todo estaba bonito para ti, no faltaron los globos que a falta de abrazos nos habían preparado, llegamos de aquel materno en cuarentena como cualquier padre primerizo, llenos de miedo y con la ilusión de empezar una nueva vida contigo en los brazos, esperando con ansias que por primera vez después de meses de incertidumbre, todo empezara a sonreírnos.

Nos sentamos en la mesa a comer contigo hecha un ovillo en tu min cuna, rodeada de mantas a pesar de estar en pleno verano (algo que no sé por qué hacemos todos los papás inexpertos) sin quitarte la vista de encima en ningún momento. Ni si quiera recuerdo que había en aquel plato, a pesar de que llevaba más de dos días sin comer, solo importaba tenerte a ti delante y saber que dormías y que todo estaba bien. En aquel momento tu padre y yo recién estrenados agradecimos que te hubieras quedado dormida, un buen almuerzo y una siesta era todo lo que necesitábamos para empezar la aventura. Comimos sin apenas rozar el plato con los cubiertos para no despertarte, y por un golpe de mala suerte, uno de los globos preparados para ti saltó por los aires, y lleno de purpurina un salón que parecía haber celebrado tu llegada. Yo, seguía mirándote después de aquel estruendo, daba por hecho que el descanso había terminado y que te habrías despertado, créeme mi hija que nunca hubiera deseado tanto como aquel momento que abrieras los ojos y lloraras buscando mi consuelo, porque no lo hiciste, y desde ese momento supe que algo no iba bien.

Las semanas siguientes me las pasé haciéndote pruebas de sonido, palmadas, golpes en la mesa, y llegó el momento en el que incluso me atreví a decir en voz alta “creo que Alma no me escucha”.

Nadie esperaba que mis palabras en aquel momento anunciaran la realidad, pero nosotros, que somos tus padres sabíamos que era imposible que nuestra voz nunca hubiera sido capaz de calmarte en medio de la oscuridad de aquellas noches a pesar de todos los esfuerzos.

Con el paso de las semanas empezaron tus pruebas de oído, pruebas que le hacen a todos los bebés después del nacimiento, he de contarte que tanto tu padre como yo, cada vez que teníamos que acudir a una de ellas, pasábamos la noche antes sin dormir. Ambos conocíamos el resultado, pero guardábamos un hilo de esperanza que acababa en lágrimas cada vez que salíamos de allí. Aún recuerdo cómo se esquivaban nuestros ojos en aquellas consultas para intentar aguantar lo inevitable, yo miraba al mar y pensaba en abuelo, para que me ayudara a que aquel ordenador localizara algún rastro de audición en tus diminutos oídos, y papá que ya no aguantaba más, pedía perdón por empezar a llorar de una manera que nunca olvidaré. Otra de las contradicciones de las mascarillas, que, al ser la única parte visible, cuando empiezan a brotar las lágrimas en los ojos se hace imposible disimularlas, y cuando sale la primera el corazón pide que dejes salir a todas las demás.

Así fue como comenzó esta historia, ha dado paso a fechas y momentos que quedaran guardados en mi cabeza sin posibilidad de olvido, el día 21 de diciembre, mientras tu dormías en aquella camilla con unos cables atados a tu cabezita, aquella doctora pronunció las palabras que hoy un mes después por fin soy capaz de repetir. Su hija no debe estar aquí, su hija pertenece ya a la unidad de otorrinos del insular porque su hija, es sorda.

Aquellas palabras pararon por unos segundos el mundo, no puedo recordar como salí de allí contigo en brazos, solas, porque ni si quiera pudimos entrar ambos contigo, pero no hizo falta, cuando papá nos encontró no me obligó a explicárselo, sacó fuerzas para cogerte y sentarte en el coche sonriendo, para que en el silencio de tu mundo, no supieras que yo al otro lado, lloraba desesperada.

Hubo un tiempo en todo este proceso en el que yo era incapaz de compartir esto con nadie, sentía rabia, frustración y una enorme tristeza de tener que explicar que mi hija es sorda. No podía soportar que tocaran ese tema como chisme de revista, que lo trataran con frialdad y morbo siendo algo que a nosotros nos estaba haciendo tanto daño. Y he de confesar que la respuesta de mucha gente no ha sido la que yo esperaba, otro de los problemas es que siempre esperamos que los demás actúen como nosotros, y no todo el mundo tiene la capacidad de ponerse en tu lugar.

Me han consumido entre otros el miedo a que cuando lo supieran te miraran con pena. No quería que nadie sintiera que mi bebé es diferente a cualquier otro, con el tiempo he entendido que mi pensar solo era el reflejo de lo que yo sentía en mi interior, ¿porque me había tenido que tocar a mí que mi hija naciera con una discapacidad?,¿que había hecho yo mal? Llegué en mi obsesión a repasar mi vida una y otra vez para saber en dónde había fallado…

Estos 7 meses me he ido aislando todo lo posible para evitar tener que afrontarlo ante los demás, precisamente porque he necesitado afrontarlo en mí misma primero.

Ahora pienso que compartirlo es sanador, y hay un motivo incluso mayor que eso. Necesito pedirle perdón a mi pequeña, necesito decirle que en algún momento me sentí mal por ser su madre, por saber que tendría que lidiar con su discapacidad, porque no quería que ella fuera así, porque quería que fuera tal y como yo la había imaginado.

Hoy me siento con las ganas y la fuerza de decir que mi hija es diferente, si, lo es, y de corazón digo que eso me parece una bendición, porque eso me ha hecho sacar un valor que ni conocía y a reorganizado mi escala de valores quitándole importancia a personas y cosas que no la tienen. Gracias a mi hija me he acercado más a lo que soy y a lo que quiero ser, soy la madre de Alma, una niña con una característica diferente al resto de los niñ@s, una niña que a pesar de no escucharme ni hablarme todavía, me ha enseñado a entender los ojos, una niña que sonríe todo el tiempo y que es feliz.

Alma será implantada cuando llegue el momento, escuchará y hablará cuando llegue el momento también, ella ni siquiera sabe el camino que tenemos por delante( ni si quiera yo lo sé), no sabe que tendrán que operarla pronto, ni tampoco imagina que a lo largo de su vida habrán personas que la señalaran por ser diferente, ni que la juzgaran muchas veces por la misma razón, pero sobre todas las cosas que no sabe Alma, es que a mi no hay día ni noche desde que se su diagnóstico que no se me escapen lágrimas de los ojos pensando en su futuro, y en todas y cada una de ellas me imagino contándole lo siguiente:

Cada uno de nosotros es especial. Hay personas buenas y malas en el mundo, y te vas a encontrar con todas ellas. Habrá personas que te darán la espalda y pueden incluso bromear con tu desgracia sea cual sea esta. Y habrá personas que son luz, y te darán la mano para impulsarte adelante cuando lo necesites. Tu especialidad cariño no es ser sorda. Mama luchará con todas sus fuerzas para que tu verdadera diferencia no esté ahí. Porque cuando llegues a mayor yo no sé si serás una persona capaz de escuchar con los oídos, pero si haré lo posible para que seas alguien capaz de escuchar y actuar con el corazón.





Gracias a mi familia que están deseando sacar todo el amor que no te han podido transformar en abrazos por esta pandemia. Y por apoyarme a mi aún sin tenernos cerca.

Gracias a todas las personas que desde el principio nos han guiado para ayudar a Alma. A ustedes me refiero cuando hablo de luz.

Y gracias a las personas que como yo tienen hijos sordos y me han enseñado a visibilizarlo y a sentirme plenamente orgullosa de ello.