Llegó el otoño, con sus tardes anudadas de recuerdos y nostalgias, llegó para hacernos magia con las noches que ya no son tan cortas, ni saben tanto a besos.

Llegó para bailar con  el sonido del tiempo, para arrancar las hojas muertas y así volver a nuestro encuentro, para avisarnos de que es el momento de agarrar con fuerza todas las flores que estemos dispuestos a salvar de sus intentos…

Dio alas a nuestros lamentos, y llenó de vida todo lo que no estaba muerto, hizo más fuerte el aleteo de las mariposas que el verano nos pone por dentro y se llevó a cambio las promesas que para su juicio no tenían peso, nos abrazó el alma, la conciencia y el cuerpo, y nos puso la armadura que requiere un invierno…

Llegó el otoño que si que es eterno, que nos enseña a vivir a base de intentos, que nos aprieta la ira y nos sacude a recuerdos, que nos atraviesa y nos saca lo que llevamos muy dentro, que nos abraza y nos mima sin enseñar su veneno, pues es tan triste y tan cierto, como que el invierno le sigue y debemos vencerlo.

Nací en otoño porque creo en sus cuentos, porque me hace más fuerte que ningún otro intento, porque me estremezco en sus manos y al compás de su silencio, porque me llena de vida el poder de sus versos, y porque me saca las lagrimas que el verano me llenó de complejos. 

Creo en ti otoño porque me rompes los miedos, porque me haces sentir sin necesidad de esconderlo, porque me enseñas que nada nos mata sin tragarlo primero, y que arrodillarse es bonito si lo hacemos a tiempo. Creo en ti porque en tus lunas yo siento que a pesar de tu fuerza nos despiertas los sueños...